En esta ocasión, traigo a este rincón de mi vida, una historia de esas que te cuenta una compañera durante una tarde de cafés. La escribo principalmente porque ella me lo pide, agradezco profundamente su confianza al hacerme partícipe de su vivencia y reconozco que me sorprende su forma de abordarla.
Este relato va de sanitarios que acceden a las historias de salud de personas a las que no están tratando, si, justamente eso, ¿te sorprende?, pues desgraciadamente es real. Hay sanitarios que se dedican a husmear, a curiosear en la historia de gente que no atienden pero sí conocen.
Vivimos en un mundo inmerso en las redes, los perfiles sociales son nuestra carta de presentación. Hay quien invierte más en ello y publica su día a día en diferentes entornos: Facebook, Instagram, lo que quieras. También hay gente más discreta, que prefiere no hacer pública su vida. Mi amiga es más de estas últimas, le gusta vivir con discreción, no publica, al menos no lo hace desde hace tiempo y a su modo de entender la vida, ha dejado de publicar por recelo a su intimidad.
Esta buena enfermera y mejor mujer, de una manera completamente casual, descubre en un momento dado que varios "compañeros" han accedido a su historia clínica sin su consentimiento. Los que trabajamos en esto, sabemos perfectamente que es un delito, sancionable y no baladí. No obstante, en esta tarde de cafés, no compartimos lo legal y si lo personal. Ella quiere hacernos partícipes de su sentimiento de vulnerabilidad ante esta situación. Saber que alguien, que además conoces, ha estado cotilleando tus datos personales en términos de salud te genera un profundo malestar, fruto del conflicto interno entre el sentido de la justicia y la compasión, y me explico.
El sentido de la justicia porque conozco mis derechos y también porque es injusto que alguien alegremente tenga acceso a lo más personal que tengo, mi vida, mi salud y mi enfermedad. Siento rabia, no, no tienes derecho. Tener una clave de acceso a un sistema sanitario no puede ser un privilegio para saber de mi vida, para saber de mi sin mi permiso.
Y por otro lado, la compasión. En primer lugar siento compasión de ti, realmente no quiero llevar a cabo acciones que te perjudiquen ni en lo personal ni en lo laboral, pero no te engañes, no es precisamente por tu persona, si tomo esta desición será por mí, por mis valores, esos que han orientando el devenir de mis días y de los que tan orgullosa me siento. En segundo lugar siento compasión por tu pobreza como ser humano, trato de entenderte, intento buscar razones que justifiquen qué ha podido ocurrir para que pongas en juego tu carrera profesional, para que la curiosidad pueda más que la ética profesional, sin embargo, no logro entenderte.
Sinceramente, no quiero desgastarme en esto. Lo que yo quiero es resolverlo de una forma creativa, haciendo una denuncia social, por eso lo cuento y lo publico, sólo por esta vez hago públicas mis vivencias, porque no quiero que vuelva a ocurrir, nunca más, nadie más debe sentir lo que a mi me ha tocado experimentar por tu poca ética, por tu debilidad como ser humano.
Ahora bien, espera mi llamada, tendrás que mirarme a los ojos y darme una explicación. Sí, espero tu falsa moral, soy buena gente pero no tan inocente, sé perfectamente el tipo de calaña a la que me enfrento y las excusas que pondrás, deja que adivine: no te acuerdas ¿verdad?, pues tendrás que hacer memoria...
Afortunadamente este tipo de incidentes ni son la norma ni ocurren todos días. Quienes nos entregamos en el día a día a nuestra labor profesional con dedicación y esmero sentimos repulsa por estas acciones y cuando te toca a ti, la vida te pone en jaque. No se puede mirar para otro lugar, es necesario afrontarlo de frente, y así será, a mi manera, desde el respeto y la templanza que me caracteriza.
Cierro esta reflexión con un hasta siempre, porque saldrás de mi vida y porque espero sinceramente no tener que volver a invertir un ápice de mi energía en denunciar algo que jamás debió ocurrir.
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